Los recursos educativos disponibles para docentes y alumnos en la actualidad son innumerables. Es fácil encontrarse con producciones editoriales que presentan convergencia de medios, en las que se combinan libros y guías impresas con sus versiones digitales y, además, se interconectan con módulos de aprendizaje organizados dentro de plataformas web que tienen embebidos elementos audiovisuales, algunos de ellos interactivos, cuya finalidad es apoyar en la comprensión de los temas curriculares que se abordan de acuerdo con los Planes y Programas oficiales.
En los formatos digitales de código abierto, o en los que son de paga, se advierte un ecosistema donde los recursos son factores interconectados entre sí. Podemos llegar a ellos con la clave de acceso de alguna cuenta permitida y encontrar una plataforma de gestión de cursos, sitios web, blogs, libros digitales, bancos de imágenes, archivos de texto multiformato, presentaciones, canales educativos o simplemente videos aislados de algunos usuarios que consideran relevante su trabajo como para compartirlo en la web. Sin embargo, este universo de recursos también exige del docente habilidades de pensamiento crítico para seleccionar la información relevante, pertinente y de buena calidad, de modo que la alfabetización mediática forme parte de su formación continua, como sugiere la UNESCO.
Lo que resulta paradójico es que los libros de texto y guías de estudio siguen siendo los recursos de aprendizaje más utilizados por las escuelas de la actualidad. En México, el Programa Aprende en Casa II pone de manifiesto la importancia de que cada niño cuente con los libros de texto gratuitos que les fueron distribuidos de manera escalonada y con sana distancia en las escuelas al inicio del curso escolar 2020-2021 totalmente inédito.
Estos libros, junto con los recientemente elaborados ficheros semanales de aprendizaje de la SEP, forman lo que podríamos llamar la “canasta educativa básica” para que los estudiantes revisen los contenidos curriculares sin depender totalmente de la tecnología sabiendo que la pandemia vino a exacerbar la brecha digital. Es bueno recordar que el LTG constituye uno de los proyectos más ambiciosos del estado mexicano para atender la inequidad en el acceso a materiales educativos para los estudiantes, un logro que es valorado en muchos países del mundo.
Los libros de texto siempre han estado en el ojo del huracán frente a la opinión pública por diferentes razones, algo que no es exclusivo de México, aunque en este país sí constituyen un tema de relevancia sociopolítica que no se puede soslayar. Una de las razones es que los LTG reflejan la ideología, la cosmovisión de una época de la historia. En la Ley General de Educación en México, se establece qué libros de texto habrán de aprobarse y cuáles no, en función de criterios curriculares que no establece el maestro y que, desde luego, implican la selección de unos temas en detrimento de otros.
Las editoriales y los autores concretan estos lineamientos, pero es el maestro quien elige el libro o los libros que le van a servir. Un libro de texto es escrito, diseñado y producido específicamente para su uso en la enseñanza, pero ni el libro, ni las plataformas podrán sustituir a un maestro que conoce el arte de orquestar los recursos disponibles para ofrecer al alumno un menú educativo al servicio de su aprendizaje, y menos en un contexto tan resiliente como este.
Para quienes nos dedicamos a elaborar materiales educativos es fundamental estar conscientes de que la inteligencia y el conocimiento están en el colectivo de los usuarios de los recursos impresos o digitales, y que lo más importante es conocer el reto y la responsabilidad por elaborar recursos de calidad para nuestros interlocutores.
Fuente original: redmagisterial.com